martes, 12 de julio de 2016

Terrazas de arroz de Hapao


"No te metas en un coche si no tiene cinturón de seguridad; no entres en un autobús que sea demasiado antiguo; no se te ocurra subir a un yipni; si ese yipni está a rebosar, menos aún; no hace falta que te diga que ni de coña contemples la posibilidad de viajar en lo alto de ese medio de transporte, donde va toda la carga, y parece tan suelta, y que fácilmente podría caerse, y caerte tú con ella…”.




Hemos creado un mundo tan absolutamente previsor que una mínima relajación de las condiciones de seguridad a las que estamos acostumbrados y que de manera innata aparecen y se repiten en tu cabeza cuando abandonas tu zona de confort representa una subida increíble de los niveles de adrenalina en sangre y una sensación casi olvidada durante el resto del año en la que de verdad experimentas lo que significa vivir: viento en la cara, agarrarse a cualquier cosa cercana para evitar caer en las curvas, sentarse incómodamente encima de un hierro que está a doscientos grados, observar cómo los oriundos hacen esto con absoluta normalidad, y contemplar mientras tanto uno de los bienes declarado Patrimonio de la Humanidad más hermosos que has visto, las terrazas de cultivos de arroz, con un verdor tan intenso que ni las fotografías ni los videos pueden reflejarlo en su verdadera presentación.


Quizás estamos llevando demasiado lejos el refrán de más vale prevenir que curar, y eso nos está alejando de disfrutar de muchas de las fáciles aventuras que tiene la vida. La previsión aburre, la incertidumbre divierte, y esa es una de las diferencias fundamentales entre nuestro mundo y el de estos lugares que suelo visitar. Quizás por eso cuando somos chicos nos divertimos tanto, porque no miramos las consecuencias al milímetro de nuestros actos, y cuando somos adultos la cosa empieza a resultar un tostón, porque queremos saber siempre qué ocurrirá si hacemos tal o cual cosa. Siguiendo esta misma lógica, hemos construido un mundo occidental adulto, muy aburrido, previsor hasta el límite, y en la otra parte existe un mundo que no ha abandonado completamente esa actitud que aquí consideraríamos infantil, no tan preocupada por lo que podría ocurrir si se cumpliese el 1% de probabilidades que tienen las cosas de salir mal.   

Prevenir es curar, es posible que tengan razón, pero la excesiva prevención convierte la vida en un auténtico coñazo. El ser humano necesitaría, para sobrevivir a este mundo ordenado y estresado  en el que solemos transitar, un leve (o no tan leve) proceso de “desprevenización”, que facilite la ocurrencia de cosas imprevistas que nos supongan retos. Porque la costumbre deprime y los nuevos retos alegran.


 



2 comentarios:

  1. 14 horas!!! Eso sí es salir de tu zona de confort!
    Preciosas reflexiones, verdades como puños y bellísimo paisaje. Por eso debes seguir viajando! Enhorabuena por ello.

    ResponderEliminar

Comenta, no te lo quedes dentro.