lunes, 13 de julio de 2015

Regresando al mundo descalzo



Ir lejos, muy lejos, a lugares poco comunes, a países con los que soñabas desde pequeño. Conocer sitios nuevos en buena compañía, sentir calor extremo, incomodidades faunísticas como excesos de cucarachas, o ratas del tamaño de gatos, o mosquitos que suenan como helicópteros y pican como hijos de puta. Desprenderte de la comodidad en la que vives, alejarte de tu zona de confort y sentir la inseguridad de estar en terreno desconocido. Contactar con gente completamente distinta a ti, en cultura, creencia, situación social, laboral y expectativas de vida. Encontrar respuestas que si bien imaginabas así, nunca esperabas que fuesen realidad. Admirar el aguante del ser humano, convencerte de su ilimitada capacidad de supervivencia. Alucinar con el orden mundial, relativizar tu posición en el mundo, no parar de preguntarte por qué las cosas son como son, por qué tú sí y ellos no. Tratar de hallar la solución al camino elegido por la especie a la que perteneces, y sólo encontrar una respuesta: “stop, no hay solución”. Imaginar que eres parte de una indeterminación matemática, un infinito, algo que no podrá ser controlado por imposibilidad de delimitar dónde se encuentra el principio y el final de las injusticias tan grandes que tu propia existencia y la de tus contemporáneos provoca. Tratar de asimilar toda esa información alcanzando lugares de admirable belleza habitada por gente suprema, mucho más preparada que tú para sobrevivir, con conocimientos que no les permiten fabricar billetes pero sí esquivar a la muerte constantemente. Encontrar que tras la maleza siempre hay amor, bondad, fraternidad, solidaridad, y todos esos valores universales que tanto te hacen enorgullecer de tus semejantes aunque a veces los sientas tan lejanos. Llegar extasiado y exhausto, en medio de esa maraña de reflexiones, al último bar del lugar más alejado del mundo y pedir al solitario camarero que descansa en una silla de plástico bajo un ventilador de techo una botella de ese preciado oro líquido helado. Saborear la cerveza fresquita y sentir el agustismo que proporciona aprender de lo vivido. 

Por eso viajas. Por eso, también, te preguntas qué pasa. Por eso te pides que vuelvan las ganas.



2 comentarios:

  1. Edu, no te conozco pero te envido sanamente. Envido tus ganas de todo, tu vitalidad, tu espíritu aventurero, tu valentía. Comparto tus reflexiones tan magníficamente contadas en este escrito. De buena gana me uniría con tu buena compañía. Eaaaa!!, a disfrutar de lo que nuestra libertad, afortunadament, aunque a veces parece que no, nos permite acercarnos un poco más a los sueños.

    ResponderEliminar
  2. Muchísimas gracias por tus palabras, Eulalia. Supone una alegría muy grande cuando de repente encuentro que mis palabras han llegado de alguna forma a alguien. ¡Disfrutemos de la libertad y cumplamos sueños, pues! Un abrazo!

    ResponderEliminar

Comenta, no te lo quedes dentro.