viernes, 13 de febrero de 2015

Regreso al Futuro



El día está nuboso, y a veces descarga un chirimiri tan débil que unido al calor no supone un gran inconveniente para dedicar un día a la playa. 

Un paseo por la playa de Alhucemas proporciona la posibilidad de acceder a una larga extensión de arena negra, y agua cristalina, sin apenas gente, y la mayor parte de ella, sobre todo el público femenino, absolutamente tapada. Cuando llevo un rato caminando sólo veo una familia en la que un hombre con mucha barba está tirado tranquilamente en la arena en bañador, su hijo jugando en la orilla, y una madre sentada detrás del padre, como sin querer molestar, completamente vestida, hasta con su hijab. Cuando dirijo la mirada al mar, para no cohibir a la familia, me encuentro con lo que podría parecer un barco, el Peñón de Alhucemas, un islote español situado a 700 metros de distancia de donde estoy, en Marruecos, y a 84 km del territorio español más próximo, que no es la península sino Melilla. Mide unos 170 metros de largo por 86 de ancho, y en su interior un destacamento militar de menos de 30 personas tiene que simular que la defiende los 365 días del año. No hay población civil. No hay nada más que aburrimiento para esos soldados aislados en el cumplimiento de su función patria.

Entre la neblina y lo que me encuentro por aquí, no puedo evitar pensar que ando a través de un sueño, que quizás he retrocedido a la España de mis abuelos, a la época en la que los hombres iban por una lado pudiéndose bañar tranquilamente, y las mujeres por otro, escondidas para no “provocar” a los machos cabríos, en aquella época donde aún importaban y se consideraban honrosas las conquistas de cachos mínimos de tierra tan distanciados de España como la que tengo delante.

El hombre lleva inventándose fronteras toda su vida. Dos de ellas las siento aquí cerca, desde la orilla: la frontera que establecimos entre hombres y mujeres así como la existente entre países. Injusta y absurda, respectivamente.




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