lunes, 15 de diciembre de 2014

Pol Pot y los Jemeres Rojos. Conclusiones.



Estamos atrapados en un tiempo y un espacio en el que las barbaridades son más sutiles, escondidas tras el parapeto del desarrollo económico. Vivimos en una época en la que parece que ya no ocurren, que todo lo malo sucedió en el pasado, encerrado en la historia como capítulos de un libro que nunca debió ser escrito. 

Pensamos en la Camboya de Pol Pot tal y como lo hacemos de la Alemania de Hitler o la Rusia de Stalin, y concluimos que seríamos incapaces de admitir que se repitiesen semejantes crueldades, que si hubiésemos estado allí, en ese momento, en ese lugar, habríamos respondido de otra forma a como lo hicieron los que lo vivieron entonces. Creemos que si algo tiene la Historia es que podemos aprender de ella. Nosotros no seríamos capaces de apoyar la injusticia, de admitirla, de permitirla, de ejercerla ni de mirar hacia otro lado. No seríamos capaces de creernos por encima del otro, de hacernos hueco a costa del contrario, de desear el mal ajeno ni, por supuesto, de matar a nadie por el simple hecho de haber nacido distinto. Pensamos eso incluso cuando una breve búsqueda por internet, o un simple vistazo de algunos periódicos nos mostrarían fácilmente que parecidas barbaridades están ahora ocurriendo en Palestina, en Siria o en numerosos países africanos.

Recordamos y leemos sobre esos tiempos, y todas las crueldades están localizadas con un nombre, el de una sola  persona, ya fuese Hitler, Stalin o Pol Pot, sin atender a lo verdaderamente importante, y que tanto se ignora cuando se analizan dichos pasajes de la Historia. La crueldad no estaba concentrada en ellos tres, por poner esos tres simples ejemplos, sino repartida en los miles y millones de personas que miraron para otro lado o  aceptaron sus ideas, las defendieron y las impusieron en sus respectivos círculos cercanos, ya fuese a nivel de ejércitos, de ciudadanos, de amigos o de familiares, normalizando, por habitual, una situación de auténtica locura en la que la vida valía menos que una pequeña cucharada de arroz.

Y es que el ser humano tiene una extraordinaria capacidad para pasar por alto los asuntos que le obligan a enfrentarse consigo mismo. Por eso siempre prefiere enfrentarse a los demás. Por eso es capaz de cumplir órdenes tan injustas y crueles como eliminar sin contemplación a esta mujer y a su hijo.

¿Y si nos hubiésemos visto tu y yo en esa situación? ¿Habríamos actuado de manera distinta?




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