jueves, 6 de noviembre de 2014

Pol Pot y los Jemeres Rojos. El S 21.



Liberas a tu país del resultado de un golpe de Estado, de un gobierno de cuatro años bajo la tutela americana en el que se incrementó, si es que era posible, la diferencia entre ricos y pobres en un país en el que nunca existió algo distinto a ricos y pobres. Llegas a la capital, ante la alegría de tu población, y pones a funcionar las ideas que tenías en la cabeza, aquellas con las que soñaste y comentaste con tus camaradas: hay que destruir esa barrera entre ricos y pobres. Es entonces cuando tomas la decisión: “desalojad las ciudades, todos se irán a  trabajar a los campos, construiremos una sociedad desde el principio, desde cero, sin que cuente para nada el pasado”. Estás decidido a eliminar todo lo malo que había antes, pero también todo lo bueno.
Expresas verdadero interés en poner en marcha tus objetivos, y en que tus subordinados cumplan las órdenes. Se requiere que todo el mundo tenga el mismo nivel de implicación, un grado máximo. El objetivo principal y filosófico: “el trabajo os hará libres”. El objetivo secundario y operativo: “triplicar los niveles de producción de arroz”. Comienzan las jornadas de trabajo inclementes, las normas estrictas, la poca comida, las malas condiciones, las muertes. Comienzan, por tanto, a no cumplirse los objetivos, y, con ello, afloran las desconfianzas.
Tuol Sleng (también conocido como S21) fue una institución creada para solventar esas desconfianzas entre miembros del propio partido. Las aulas de lo que era un colegio antes de que se iniciase el régimen se utilizaron como lugar de interrogatorio, tortura, ajusticiamiento sumario y, en definitiva cruel asesinato de al menos catorce mil personas, todo ello a las órdenes de un antiguo profesor llamado Duch. Parece de película, pero no lo es. El que antes enseñaba matemáticas pasó a ser el ejecutor más despiadado.
El internamiento se iniciaba con una sospecha procedente de algo tan insignificante como haber cogido una ración más de arroz de la que le correspondía. Comenzaba entonces el interrogatorio bajo sospechas de pertenecer a cualquier agencia de espionaje extranjera, acompañado de torturas, que, por no detallarlas demasiado, incluía días y semanas en las más crueles condiciones. Al final, conseguían una confesión a día de hoy absolutamente increíble, como que una chica de doce años fuese miembro de la CIA en un país tan cerrado como Camboya en aquellos años, o que una anciana de setenta años conspirase a las órdenes de Estados Unidos o de Vietnam. Una vez obtenida esa confesión inventada, se atrapaba a toda su familia (hombres, mujeres y niños), además de otros cuantos nombres más que obligaban al torturado a confesar, y se iba expandiendo exponencialmente el número de asesinados. Todos ellos, del primero al último, eran eliminados en el mismo S21, al no soportar las torturas, o en los campos de exterminio de Choeung Ek (continuará).



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