martes, 8 de octubre de 2013

Ser o no ser

Una vez creí ser Aragorn, hijo de Arathorn, cuando en realidad era Sancho, compañero de un hidalgo soñador de triste figura. Andando por los campos de Castilla, miré mis manos, miré mis pies, y me di cuenta de que no andaba, empezaba a volar, me alargaba y me transformaba en algo blanco, una especie de muñeco de peluche alargado, achuchable, y sabía que mi nombre era Fujur. Así que empecé a subir, empecé a elevarme, empecé a mirar hacia abajo y a verlo todo cada vez más pequeño, subí las diferentes capas de la Tierra, hasta llegar a un punto en que me empecé a acojonar, el vuelo cada vez era más lento, perdía mis capacidades motoras, me miré hacia abajo, y a lo que antes era un cuerpo blanco, alargado, un peluche gigante volador, le empezaba a salir manos y piernas, y una gran panza. Oh dios mío, no era ya un ser fantástico volador, sino un caradura indomable, me sabía de nuevo hasta mi nombre, era Ignatius J. Reilly, y empezaba a caer en picado,  mientras me preguntaba qué demonios estaba haciendo en esas alturas si justamente a esa hora (eran sobre las ocho de la tarde) debería estar despertándome de la siesta, después de un duro día de descanso. Caía y caía, oteaba el fin de mis días, pasaban las capas de la Tierra, me iba haciendo a la idea de que iba a tener un final infeliz, cuando lo que se iba apareciendo ante  mis ojos era un  campo en llamas, varios carros de combate frente a frente, antes de llegar al suelo alguien me tira una espada, me miro de nuevo las manos y los pies y soy un hombre atlético, capaz de amortiguar el golpe con el suelo. Si, soy Alatriste, estoy en los tercios de Flandes, esto es una batalla, ¿pero qué hago aquí? Esquivo a uno que quiere clavarme su afilado cuchillo por la espalda, me giro y resulta que soy un experto espadachín, me dirijo a ensartarle mi espada en su estómago, y cuando estoy a un milímetro de su cuerpo mi espada ya no es una espada, es una pluma,  mi oponente no es un hombre, es un folio en blanco, el escenario no es ningún campo de batalla, es un despacho, una mesa, una luz tenue, una ventana al fondo. Y resulta que no soy Alatriste, mi aspecto es totalmente de Paul Auster. Y al final, escribo sobre mí.
 
 
 
 

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